8 sept 2009

El patio andaluz



Ya no se oyen los gritos de los soleares, ni de los fandangos ni de las seguidillas. Los cantos de las bulerías se han perdido entre el viento que sopla y nunca enfría. El color del patio andaluz se ha tornado gris, helado.
Comenzaba a llover cuando el joven se paseaba por entre las azaleas, teñidas de sol y luz, emanando el olor del verano. Ahora todo es nada y nada es todo. El taconeo de una sevillana se escucha a lo lejos, muy distante de las paredes níveas y algo rugosas, adornadas con platos de espiral, de flores y pájaros, de cerámica colorista y grumosa.
Antes el traje de un señorito descansaba sobre las sillas de mimbre entretejido, fuerte y lazado como brazos y manos unidas, y una conversación incesante revoloteaba por el cielo como mariposa sin rumbo.
Antes las noches estivales llenaban el patio con estrellas y jazmines y guitarras, con versos del poeta maestro y canciones profundas, oscuras. La luna como escenario rielaba en las fuentes bravas, de aguas salvajes y cristalinas, siempre corriendo. Reflejándose en el oro bruñido de las joyas y en los bordados de flores vivas.
Antes era color y música y lírica. Ahora; silencio
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