3 feb 2009

Fin de exámenes

Los exámenes; esas pruebas malditas que los profesores se empeñan en colocarnos, más tarde o más temprano, para evaluar nuestros conocimientos sobre su materia. Se fija una fecha y una hora, las cuales se nos antojan muy lejos y nos vemos con el tiempo necesario como para estudiar en profundidad , leernos todos los libros y hacer un buen análisis, e incluso completar nuestros apuntes con ayudas de enciclopedias o manuales.

Pero, la realidad dista mucho de esa imagen idílica que poseemos de nosotros mismos y de nuestras facultades. Dos semanas antes del examen, ya andamos perdidos: ¿Dónde están mis apuntes? Se los dejaste
a fulanito y ahora no hay forma de recuperarlos... pero, ¡si ese día no viniste a clase! ¿cómo pretendes tenerlos ahora?.
Miramos el calendario con ojos macilentos, los días van pasando y aunque eres consciente de que el tiempo se te agota, no haces nada para remediarlo. Ya empezaré mañana... te repites a ti mismo una y otra vez, con la esperanza de que en algún momento esa retahíla se convierta en un hecho. El mañana llega y te mantienes sentado frente al ordenador, mirando páginas que apenas te interesan, ojeando fotos de gente desconocida, incluso te pones a hablar con personas con las que hacía años que no lo hacías, con tal de no coger los libros.

Queda una semana, ahora en serio, debes ponerte a estudiar. Sentado a la mesa, colocas minuiciosamente los libros, los bolígrafos, la lámpara. Con parsimonia, retrasando aún más el momento. Te metes de lleno en los apuntes. Una hoja, dos ... en la tercera ya te recreas, leyendo frases repetidamente, cuyo significado parece haberse esfumado por arte de magia, pues no se lo encuentras por ningún lado.
Es hora de descansar, te dices a ti mismo, me lo merezco. Cualquier excusa es buena para hacer un parón, el hambre o la sed son pretextos muy socorridos, y a veces incluso deseas que tu madre te llame aunque sea para regañarte. Terminados los minutos de asueto, a menudo más largos de lo debido, te encaras de nuevo con los libros. Sientes que el tiempo pasa más rápido de lo normal, ¡pero si hace nada era de día!, te lamentas. El vuelo de una mosca te distrae, sigues su trayectoria con la mirada, hasta que se posa en algún punto de la estantería; se acabo el entretenimiento. Observas a través de la ventana o te concentras en la pared que tienes en frente, como si allí fuera a aparecer la solución a todos tus problemas.

Queda un día ¡un día!. Como si se tratara el fin del mundo, te levantas pronto, algo que deberías haber hecho durante todos esos días atrás. Te compadeces a ti mismo porque el sueño te arrebata la razón, no eres capaz de pensar y hasta tus propios bostezos te desconcentran. La noche anterior al examen, te quedan aún varios temas. Con la cara similar a la de un zombie sediento de sangre, apoyada la mejilla sobre la mano, miras con rabia la pila de hojas que se extiende por tu escritorio. Vas pasándolas con lentitud, te quedan muchas, pero en lugar de ponerte a leerlas de una vez por todas, te mortificas pensando que no vas a conseguir meterte todo eso en una noche.
Maldices al profesor, al cual te imaginas durmiendo plácidamente sin ningún tipo de preocupación, hasta que te planteas que sufra un desafortunado accidente. Sonríes ante la macabra idea, pero rápidamente los apuntes te gritan que sigas estudiando. Sacudes la cabeza, preparas café, tomas bebidas energéticas, cualquier cosa para mantenerte despierto.
A altas horas de la madrugada, no puedes más. Tu cabeza parece pesar tres veces más de lo habitual, tus ojos están tan llorosos por el sueño que te parece estar viendo a través de las catarátas del Niágara, y tu boca ya no da más de sí, pues la has estirado tanto para bostezar que hasta te duele la mandíbula.
Cierras el libro con pesar, abandonas los apuntes a su suerte y vislumbras la cama: caliente y apetecible, parece llamarnos y nos rendimos ante su petición.
Por la mañana, cogemos de nuevo los apuntes y repasamos con frenética angustia, leyendo párrafos desconocidos para nosotros, seguros de que antes no estaban allí.
Maldecimos unas cuantas veces al que formuló tal teoría o al que le dio por empezar una guerra. En la puerta de clase, miramos a nuestros compañeros, algunos están igual que nosotros, con cara de no haber dormido en toda la noche y con más temblores que un enfermo de Parkinson. Otros, en cambio, permanecen tranquilos, charlando animadamente. Les insultas en tu interior, y deseas estar en su pellejo.


Una vez sentado frente a las preguntas, confías en que alguna te suene de algo, aunque sea mínimamente. Destapas el bolígrafo con las manos entumecidas, y te dispones a escribir, rezando a todos los santos que conoces y dejando tu destino en manos de la Divina Providencia. Lamentándote por no haber estudiado más, observas como gente a tu alrededor escribe con asombrosa rapidez, llenando folios y folios con letra enjuta. ¿Qué demonios les pasa? Un tema no da para tanto.
Al finalizar, depositas dos míseras hojas en la mesa del profesor, apocado ante los repletos exámenes de tus compañeros, y, arrastrando los pies sales al pasillo.
Respiras hondo, sabes que vas a suspender, lo sabes, aunque en algún lugar de tu mente guardas la remota posibilidad de que al profesor le de alguna especie de síncope y te apruebe. La esperanza es lo último que se pierde, o eso dicen.

Prometes estudiar más para el próximo examen, con suficiente tiempo y sin prisas. Meditándolo unos segundos más, te ríes de ti mismo, sabes perfectamente que eso nunca ocurrirá.

4 comentarios:

  1. Qué razón llevas! Eso mismico me pasa a mí en la mayoría de los exámenes, el más cercano el de Geografía Humana General ¬¬ Que sé que he suspendido, pero en julio la apruebo xD

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  2. Ays amor....me ha encantado lo que has escrito.
    Parece que me estuviste espiando durante las semanas anteriores al examen de historia ( o de todos los examenes de mi vida XDD).
    Me gusta mucho la minuciosidad con la que lo has descrito....=)
    Un besito peke

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  3. Gracias por comentar Mel!! no es que te haya espiado esque creo que a todos (excepto a algunos privilegiados) nos pasa lo mismo.

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